Vivimos en una fábrica de maniquís

Round 2. Reto 2. Describe fisicamente, la manera de atacar y la historia de origen de un fantasma que embruja los vestidores de una tienda de ropa para personas con sobrepeso.

A los diecisiete Maritza se preguntaba a sí misma si era lo suficientemente bonita y delgada como para llamar la atención de su profesor de matemáticas. Un hombre 13 años mayor que ella, pero que también disfrutaba coquetearle a su alumna.

Maritza era una chica hermosa, su piel era del mismo tonto que el arroz con leche y sus ojos eran como dos almendras frescas, sus labios delgados y de un color rojo aterciopelado, tenía un cabello de envidia, lacio y castaño claro. Pesaba 52 kilos y medía 1.70, siempre fue una chica muy delgada, pero el mundo tan artificial en el que vivía, el Instagram, la televisión, las ‘amigas’, no le permitían estar tan de acuerdo con eso.

Mientras más le gustaba su profesor, menos comía. Primero dejó de comer a la hora del receso. Luego en casa sólo comía cereal, pero en vez de leche, le ponía agua. Luego sólo le pasaba agua. Era una muchacha inteligente, conocía bien la anorexia y la bulimia. Sabía que estaba sufriendo estos trastornos alimenticios, pero vivía con la idea de que si subía de peso se pondría fea y ya no iba a llamar la atención del profesor.

Llegaron las vacaciones de verano. Como ya no vería al maestro por un largo tiempo, Maritza comía de todo las primeras semanas, pero a mitad de las vacaciones la bulimia se volvió más grave. Creció su obsesión por volver a clases aún más delgada que antes. Ahora cargaba en su mochila laxantes, una cinta métrica para medir su cintura y un faja reductiva.

La primera semana de regreso a clases, Maritza se enteró que su profesor se había casado durante las vacaciones. La chica se encerró en el baño y lloró todo el resto de la mañana. Se sentía muy culpable y más gorda, aunque esto no fuera así.

El trastornó de Maritza empeoró, se inscribió al gimnasio y dejó la escuela para poder pasar más tiempo haciendo cardio. En las tiendas de ropa, además de que alteran las tallas, sentía que todo le quedaba chico, por lo que decidió empezar a comprar su ropa en una boutique para personas con obesidad.

Cuando se medía la ropa en los probadores de aquella tienda, su realidad se deformaba al punto de verse reflejada como un cerdo en el espejo. Sentía que el hecho de comprar su ropa ahí era haber pasado su límite. Otras clientas se burlaban de ella.

Un día mientras escogía ropa, se topó al profesor y a su esposa, Katia, una mujer muy robusta, que pesaba alrededor de 130 kilos

y quien era cliente frecuente de la tienda. Maritza se escondió entre los estantes, no se atrevió a saludarlos. Contemplaba desde lejos como se comían a besos, mientras su corazón anoréxico se hacía pedazos. Maritza no sabía a dónde ir, quería comer, quería pedir ayuda, quería gritar el dolor que sentía. Maritza dejó que la invadiera la idea de que era más gorda que aquella mujer y por eso su amor no había sido correspondido.

Maritza se escondió en uno de los probadores de la tienda, se veía a sí misma en el espejo como un cerdo sucio, un cerdo cada vez más gordo que se reía de ella misma. Maritza no pudo contener el llanto. Se desplomó en el suelo. Pasó un rato ahí sin que nadie la escuchara. Sacó la cinta métrica que llevaba en su mochila y se ahorcó en el probador.

La dueña de la tienda, no quería que su negocio se viera envuelto en escándalos ni problemas y que a raíz de eso disminuyeran sus exitosas ventas. Aceptaba que era una lástima el suicidio de la muchacha, pero decidió no informar a las autoridades correspondientes. Ella misma se encargó de convertirla en un maniquí y esconderla en la bodega de su boutique. Desde entonces la tienda y los probadores quedaron malditos. Maritza se dedicaba a deformar la realidad a los clientes de aquel lugar a manera de venganza.

Testimonios de las víctimas:

Ana Sofía, 46 años, 127 kilos – Mi nietecita me estaba ayudando a subir el cierre de un vestido, porque por el ancho de mis brazos yo sola no alcanzo. En eso llegó la pizza que pedimos que nos mandaran hasta al probador. Empezamos a comer, cuando de repente parecía escurrir salsa de tomate y grasa de las paredes Era sangre. También oímos el chillido de un puerco.

Sofía, 29 años, 107 kilos – Me medí unos jeans, no me quedaron. De entrada me puse bastante mal. Lloré. Pensé comprarme unos para cada pierna. De la tristeza empecé a comer una hamburguesa que ya tenía días en mi bolsa. Manché los jeans. De repente mi cuerpo se empezó a inflar como globo, tenía patas de vaca. La puerta se volvió muy chiquita para poder salir corriendo, yo apenas cabía ahí adentro. Estoy segura que vi un maniquí detrás de mí riéndose. La única forma de salir fue quitándome aquella ropa que tenía puesta. Así es, no soy la única que salió de ahí desnuda. Desde entonces también empecé una dieta como muchas conocidas a las que les pasó lo mismo, todas y todo con tal de no tener que volver a comprar ahí jamás.

Kevin de León Delgado
22 Años

Guionista y director de ”Interferencia’‘, cortometraje finalista en el Séptimo Rally Universitario del GIFF. Formó parte del primer Laboratorio Cinematográfico de Escribe Cine A.C. Ha tomado talleres de guión con Alfredo Mendoza, Fernando Santoyo y Gibrán Portela. 

Síguenos en @EscribeCine