Guiones del Cine Mexicano: Campeón sin corona

Por Abraham Jaime Villavicencio

Campeón sin corona (1946) es una película de la época de oro del cine mexicano, cuya potente historia le valió el premio Ariel a mejor argumento original. Dirigida y planteada por Alejandro Galindo, es una cinta que logra condensar las características más emblemáticas del cine clásico mexicano e introducirlas en una historia sobre boxeo.

El guion narra una historia trágica sobre los peligros de perder el suelo. Roberto es un joven conocido por su volátil carácter belicoso. Sus cualidades combativas le hacen merecedor de una invitación a probarse como boxeador. Bajo el alias de “Kid Terranova”, colecciona triunfos con rapidez y pronto se convierte en el luchador del momento. Su cuna humilde le causa un complejo de inferioridad y como consecuencia él reniega de sus orígenes. Al final la gente a la que el trataba de agradar lo ningunea y aparentemente termina sólo y desdichado. Por fortuna, la calidad humana de su familia es tan grande que le abren las puertas de su casa con una sonrisa en los labios.

El guion estuvo inspirado en la triste historia de Rodolfo “Chango” Casanova. Un boxeador con un futuro prometedor, cuyo derroche de dinero lo dejó en una bancarrota de la que jamás se recuperó. Aunque la historia verdadera diste un poco de la narración acontecida en el guion, ambos casos invitan a una reflexión sobre las causas que provocan los estrepitosos fracasos de mexicanos, que a todas luces tienen el talento suficiente para forjar una carrera exitosa.

El arte cinematográfico tiene la peligrosa cualidad de poder encandilar a cualquiera con promesas de plenitud y libertad. Héctor Alejandro Galindo Amezcua figura entre las víctimas del poder hipnótico del cine y su profundo entendimiento de este le ha conferido un lugar entre los cineastas insignes de México.

Con ambiciones de convertirse en dentista, ingresó en la Universidad Nacional de México. Pero después de asistir a un par de rodajes de la mano del productor Germán Camus, cayó entre las tenaces fauces de la industria fílmica y le fue imposible escapar de ella.

Dejó la carrera de odontología y se trasladó a Norteamérica. Sus estudios ahí fueron rigurosos y extensos. Estudió técnicas de construcción dramática para el filme, fotografía, edición y guionismo. Desde el principio se especializó en desarrollar argumentos para cine y su perseverancia lo llevo a traducir películas al español de estudios cinematográficos como Columbia Pictures y MGM.

Su primera aproximación a la dirección de actores fue a través de la radio, en donde trabajó como asistente de realización para la Metro Golden Mayer. Conoció al director Gregory La Cava y él le revelo los grandes secretos del oficio. Se especializó en dirigir actores y desarrollar libretos para la radio.

Una vez completados sus estudios, regresó a México con la intención de aportar su grano de arena en beneficencia a la emergente industria del cine nacional. Como primeros pasos estuvo a cargo de los argumentos de películas como La isla maldita (1934) y El baúl macabro (1936). Debutó como director con Almas rebeldes (1937) y a partir de ese momento empezó una vasta lista de películas que conformarían una de las carreras más proliferas de México. Entre ellas están Mientras México duerme (1938), Virgen de Media noche (1942) y Una familia de tantas (1949).

Alejandro Galindo era un hombre con un fuerte compromiso para con la industria nacional. No sólo realizo vastedad de largometrajes, también se dedicó a enseñar a las nuevas generaciones, la totalidad de sus conocimientos del que hacer cinematográfico, en escuelas de alto prestigio como el Centro Universitario de Estudios Cinematográficos (CUEC).

Sin duda alguna, se trata de una personalidad imprescindible en la historia del cine nacional. Su extensa filmografía, principalmente conformada por películas protagonizadas por personajes fácilmente identificables en la vida cotidiana, conmovió a miles de mexicanos. Campeón sin corona supone una buena introducción a su trabajo y amenaza con ser lo suficientemente interesante como para incitar a redescubrir sus otras obras.

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