Guiones del Cine Mexicano: Doña perfecta. 

Por Abraham Jaime Villavicencio

El progresismo y el tradicionalismo son una oposición natural y dos potentes fuerzas en constante pugna. Doña perfecta (1950) retrata está lucha política y todas sus implicaciones, pero, con el objetivo de conectar con un espectro más amplio del público, la reduce a un caso de fanático autoritarismo familiar en el que una joven vive bajo el yugo de una cultura estrecha de miras impuesta por su madre sin cuestionarla, pero que, después de la llegada de un pensamiento liberal, se da cuenta de que vivir como prisionera no hará mas que hacerla sentir infeliz.

La historia transcurre en el siglo XIX, donde el tradicionalismo es encarnado por Doña Perfecta, el progresismo por Pepe Rey y Rosario es quien queda atrapada en medio de este tortuoso conflicto. Pepe Rey arriba a México para visitar a su tía, la mismísima Doña Perfecta, pero, después de pasar algunos años residiendo en Europa, acarrea consigo toda una serie de ideas liberales. Naturalmente los ideales opuestos de ambos personajes no tardan en enemistarlos y su situación no tarda en agravarse por el interés amoroso que surge entre Rosario, hija de Doña perfecta, y Pepe Rey. Orillada por su rígida postura, Doña Perfecta emprende toda clase de intrigas para separarlos, pero, ante la inutilidad de sus planes y cegada por un acceso de rabia, lo asesina frente a la mirada aterrorizada de Rosario, de esa manera ganándose su agudo desprecio.

La película es un guion adaptado por Alejandro Galindo, de la novela española titulada Doña Perfecta, escrita por Benito Pérez Galdós. El conflicto imbuido en ambas obras le concierne a la gran mayoría de las civilizaciones y el hecho de que la adaptación de una novela española haya generado tanto ruido en la época de oro del cine mexicano no es más que una confirmación contundente de su universalidad.

Es sorprendente la agudeza que tenía Alejandro Galindo para plantear conflictos que se mantienen imperturbables ante el implacable paso del tiempo. La lucha entre el tradicionalismo y el progresismo lejos de ser erradicada da la impresión de cada día ir ganando más fuerza. Cómo ya lo había demostrado en Una familia de tantas (1948), el autor era intrigado por una persistente inquietud por la renuencia del pueblo mexicano a evolucionar. Y una vez más expuso la disolución familiar como última consecuencia de no aceptar el progreso.

El hecho de atacar el valor más preciado para el pueblo mexicano no era más que una eficiente estrategia para generar miedo y dar pie al cambio ideológico, como no podría ser de otra manera, esto no es más que una mera especulación lógica originada por un análisis de su obra. Lo que sí es un hecho, es su arraigado interés por producir películas que cuestionaron y expusieron los ideales caducos que regían a México en una época de cambio.

Alejandro Galindo era conocido en los premios Ariel. Su trabajo, tanto de escritor, como de realizador, fue constantemente reconocido en dicha ceremonia. Sus inquietudes eran personificadas en la abundancia y profundidad de su filmografía y sus películas era garantía de éxito comercial dentro del territorio nacional. Se formó como cineasta en Norteamérica y traslado sus conocimientos generados a las nuevas generaciones de cineastas por medio del Centro Universitario de Estudios Cinematográficos (CUEC).

Almas rebeldes (1937) conformó su debut y consolidación como director. Campeón sin corona (1946), ¡Esquina bajan! (1948) y Dicen que soy comunista (1951) son algunos de sus títulos más célebres de entre su amplia obra. En 1951 fue congratulado con un Ariel de Plata por su trabajo con la adaptación de Doña Perfecta. Un premio que sin duda merecía y que pone de manifiesto la importancia de la película.

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