Guiones del Cine Mexicano: Una familia de tantas. 

En la ceremonia de los premios Ariel de 1950, el premio al mejor guion adaptado fue otorgado a Alejandro Galindo por su trabajo en una película ideológicamente transgresora en la que cuestiona, con mano de hierro, los roles de género de una familia tradicional mexicana y los prejuicios que la atenazaban. En una época en la que a la mujer se le despojaba de su libertad de expresión y sus decisiones eran relegadas al jefe de familia, Una familia de tantas (1948) expone las raíces podridas sobre las que se sostenía la sociedad nacional y declara los motivos por los cuales regirse bajo ese sistema deriva inevitablemente en la desintegración familiar, en lugar de la férrea comunión que con tanto afán se persigue.

La película presenta a una familia numerosa compuesta por Don Rodrigo, Doña Gracia y sus hijos; Héctor, Estela, Maru, Lupita y Ángel. Muy pronto queda claro que la dinámica familiar es dictaminada por el padre y ventajosa para el hermano mayor. La historia gira alrededor de Maru, quien en su paso a su presunta adultez sufre grandes frustraciones a causa de las expectativas de Don Rodrigo. Después de ser golpeada por su padre, Estela, la hermana mayor, al verse incapaz de aguantar un segundo más las injusticias de su familia, abandona el hogar. No mucho después, Maru expresa su disconformidad en las decisiones de Don Rodrigo y, después de varias deliberaciones internas y confrontaciones con su padre, es la siguiente en abandonarlo y buscar su libertad.

A pesar de tratarse de una película de hace más de setenta años, los temas que trata continúan siendo vigentes en el México actual. La idea que se tiene de una familia funcional, en los círculos conservadores de la población, no dista mucho de lo expuesto en la cinta. La confrontación constante que se le presenta al machismo pone de manifiesto que todavía no se ha podido erradicar, pero que ya existen mujeres dispuestas a reñirlo. La película habla en nombre de todas esas mujeres. Desafortunadamente, el hecho de estar tan alejada temporalmente no la hace menos precisa en la realidad mexicana y su discurso se sigue posicionando en la vanguardia ideológica.

Con un pensamiento adelantado a su época, en una familia de tantas, Alejandro Galindo retrata con éxito una de sus muchas inquietudes de la cultura en la que vivía y no duda en cuestionarla para extenderle una invitación a sus espectadores de reflexionar acerca de los cimientos sobre los que construían a sus familias.

Alejandro Galindo es uno de los exponentes con mayor reconocimiento de la época de oro del cine mexicano. Su filmografía es rica en abundancia, profundidad y temas a tratar. Su trabajo, tanto de realizador como de escritor, fue reconocido con frecuencia en los premios Ariel y sus cintas eran garantía de calidad y entretenimiento para el público de antaño.

Su formación como artista empezó con un viaje a Norteamérica en busca de conocimiento sobre las técnicas narrativas y dramáticas impartidas en aquel país. Sus estudios oscilaron entre fotografía, edición, guion y técnicas dramáticas. Su consolidación como director de actores la obtuvo en la radio, en dónde también desarrollo algunos libretos para el medio. Con la necesidad desbordante de querer emprender sus propios proyectos cinematográficos, regresó a México y dio pie a lo que después conformaría su prestigiosa filmografía.

La isla maldita (1934) y El baúl macabro (1936) fueron sus primeros argumentos en llegar a la pantalla grande. Sin embargo, para él no era suficiente con escribir las películas, entre sus ambiciones también estaba dirigirlas. Almas rebeldes (1937) fue su debut como director y una película cuyo creciente éxito le aseguro su posición detrás de cámaras como director. Algunos de sus otros proyectos son Confidencias de un ruletero (1949), Dicen que soy comunista (1951) y Los Fernández de Peralvillo (1954).

Conducido por un amor pasional por el cine nacional y comprometido con mostrar sus conocimientos a las nuevas generaciones de cineastas del país, fue profesor en Centro Universitario de Estudios Cinematográficos (CUEC). No es descabellado pensar que, aunque sin estar conscientes de ello, sus conocimientos continúan presentes en los cineastas de la actualidad y su figura sigue siendo altamente influyente en las películas nacionales.

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