Reygadas, entre la imagen evocadora y la narcisista

Seamos justos, el cine de Carlos Reygadas enriqueció la forma de hacer cine en México. Su capacidad de pensar y colocar las imágenes muestra un talento intuitivo que se escapa de las convenciones narrativas – guionísticas pre establecidas, sobre todo por los manuales de Hollywood, retomando elementos del llamado “cine contemplativo” pero estableciendo conexiones con la literatura y la poesía. Un poder evocador pocas veces visto.

Sin embargo, el riesgo del estilo de Reygadas no está en la bola de emuladores que tratan de repetir su forma de expresarse, sino en que, como le pasó en su momento a los soviéticos, se agota rápidamente como propuesta. Si a eso le sumamos la falta de una revaloración o autocrítica tan obvia, la expresión disminuye a un círculo que puede echar por la borda todo lo conseguido.

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Su cine abarca temas universales: la redención, la perversión humana, la transgresión de la moral, la violencia entre clases, las apariencias y la hipocresía de la clase dominante. Ha expresado todo esto de manera novedosa y en sintonía con las búsquedas artísticas contemporáneas. Resulta necesaria en tanto pone en crisis o cuestiona modelos. Con todos sus detractores y admiradores, no podemos dejar de lado que Reygadas es una figura en el cine mexicano actual y que por lo mismo debe ser visto, pero también cuestionado y criticado para tener un panorama más amplio  y reflexionar de lo que se está haciendo hoy día, sea bueno o malo.

Las indispensables:

Este es mi reino (segmento de Revolución, 2010)

Desde mi punto de vista, la mejor película de Reygadas es este cortometraje que forma parte del ómnibus que varios cineastas hicieron para conmemorar los cien años de la Revolución mexicana.

El planteamiento de la violencia acumulada, el silencio como bomba de tiempo y las promesas incumplidas de la lucha por “la tierra y la libertad” se exacerban en una fiesta en provincia donde conviven la clase dominante y los que le sirven. Una película como cachetada visual a los restos de la revolución.

Con una carga simbólica que recuerda a los planteamientos del Laberinto de la soledad de Octavio Paz, Reygadas muestra su lado más crítico y afilado para diseccionar la esencia actual de nuestra nación. Un ritmo frenético que va aumentando hasta que logra una imagen final que es un golpe para el espectador, un discurso en un sola toma que derrumba cualquier alegoría positiva sobre la revolución. El cortometraje tiene uno de los finales más contundentes de la cinematografía contemporánea mexicana y es una clase de cómo hacer buen cine experimental.

Luz silenciosa (2007)

Para algunos la obra maestra del director mexicano. En esta película, ganadora del Premio del Jurado en Cannes, habría que fijarse sobre todo en la decisión que toma para colocar la cámara y potenciar los conflictos internos/ externos de unos personajes encerrados en una moral extremadamente rígida. Es decir, el manejo intimista y metafórico de la imagen.

Narrativamente, la contención de la imagen va de la mano de la exploración de un hombre que se ve ofuscado por su transgresión. Las tomas “lentas” y los encuadres “desfasados” acoplan la forma con el fondo y dan como resultado una película estimulante visualmente y con ecos poéticos en los espacios elegidos.

Aquí es donde se encuentra con mucho mejor resolución el intento de Reygadas por seguir una línea narrativa literaria, más cercana a los escritores rusos que a algún cineasta en específico. Trata de describir hasta donde puede algo que bien podríamos encontrar en un párrafo de una novela del siglo XIX.

Otras propuestas:

Post Tenebras Lux (2012)

La película más arriesgada y provocadora de Reygadas. Para algunos es un chiste mal contado, pues consideran que no hay una unidad de narración, no tiene pies ni cabeza y mezcla formatos que incomodan a la hora del visionado.

La exploración fílmica en este caso me parece que obedece a dos cosas: la primera a un intento por romper las estructuras dramáticas, tal como lo hacen actualmente los dramaturgos contemporáneos, y segundo, mostrar la planicie en la que se topa el cine mismo por más “estilo vanguardista” que tenga, en todos los encuadres de un largometraje.

El filme habla sobre la redención y bebe de las lecturas de Dostoievski y Tolstoi. Aquí Reygadas peca un poco de ambicioso al querer abarcar muchos temas, aunque al final siempre va sobre el mismo andamio temático de la corrupción del ser humano y su forma de llegar a una exculpación, por violenta que esta sea. Digna ganadora de Mejor Director en Cannes por su exploración del lenguaje cinematográfico.

Batalla en el cielo (2005)

El segundo largometraje del director me parece más una experimentación de la forma y estilo que madura con sus dos posteriores trabajos, más que una obra consistente o sólida.

La trama y los personajes resultan inverosímiles, la exploración del deseo y el sexo como poder quedan aplastados por la forma en que el director concibe la imagen evocadora de estos tópicos. Algo hay de estilización y de trama, pero resulta una prueba y error.

 

Para quemar:

Nuestro tiempo (2018)

Un autor se caracteriza por tener algo que decir, no sólo por su forma de decir las cosas. Si ese autor se encierra en una burbuja hecha de ego y negación, el resultado es que puede que veamos a esa persona darse un balazo en el pie o simplemente parodiarse a sí mismo.

Salvo los 20 primeros minutos y una secuencia sorprendente de un toro, la verdad es que la película es un recalentado de sus otros trabajos, aunque con un entramado narrativo más claro, no por eso efectivo.

Los personajes son unidimensionales, las metáforas taurinas son forzadas o clichés, las situaciones están realizadas de forma absurda y los diálogos exponen una carencia de oído dramático. Se ve un interés genuino no por la honestidad, si no por exponer, exhibir y desnudarse como los personajes de la película. Si es “el filme más personal del director”, entonces debería replantearse la forma en que está expresándose.

Si en sus películas anteriores, la forma ayudaba al fondo a resaltar, aquí aplana todo y deja un aire de superficialidad extrema. No hay una crítica corrosiva. No hay imágenes memorables. No hay nada que resulte emocionante o atrayente con los personajes patéticos y narcisistas que vemos. No hay poesía, aunque el director trate de meterla a la fuerza.

Si pudiera añadir, es una clase de lo que no se debe hacer como cineasta a la hora de ser autorreferencial. No todos son Woody Allen, ni Bergman o Fellini.  El cineasta ha evadido y rechazado tanto tiempo lo dramático y narrativo convencional que cuando ha intentado hacer algo parecido a eso se ha tropezado garrafalmente.

Si somos permisivos, podríamos decir que es su primera comedia, pues los personajes con fallos de carácter o vicios sociales identificables son castigados de una forma u otra. En ese caso, sería más aplaudible si el cineasta no se tomara enserio la historia. Prescindible en todos los sentidos.

Por Gustavo Ambrosio

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