Sísifo en un hotel de lujo

Por Gustavo Ambrosio

Iniciaré recordando a tres personajes desagradables que se sentaron detrás de mí en la sala de cine para ver La Camarista de Lila Avilés. No ahondaré mucho, pero definámoslos con un estereotipo, ya que ellos mismos viven con la tendencia de estereotipar. Personas cuya visión y comodidad del mundo se refleja en su manera de expresarse de la película, la cual no referiré por respeto a los lectores y no hace falta recordar sandeces.

Retomo este recuerdo, porque la película ganadora de Mejor Ópera Prima en los premios Ariel toca la muy frágil fibra del clasismo mexicano, el cual sigue dividiendo a nuestra sociedad entre los que ondean su privilegio, abstracto por cierto, como muestra de su superioridad, de aquellos que deben sacrificar su propio bienestar, tiempo, afecto y autovaloración en servir a los individuos que creen que una vida de ese tipo no vale la pena contarse.

La Camarista revive, en un personaje femenino llamado Eve, el mito Sísifo y lo vuelve contemporáneo. Una mujer cuyo objetivo en la vida es superarse, en medio de la cultura de la “competitividad”, donde todos deben esforzarse al máximo, comprar la idea de sacrificarse a sí mismos, “ponerse la camiseta”, para lograr un triunfo dentro de la misma servidumbre. Pero, a veces, esforzarse no es suficiente, y la piedra que empujamos es más grande que nosotros.

El personaje principal está desarrollado en capas que se van haciendo más y más profundas conforme avanza el largometraje. Eve es, aparentemente, una bomba de tiempo, obligada a contenerse, a limpiar habitaciones, cumplir caprichos, dobletear horarios, quedarse sin ver a su hijo,  para subir a lo más alto de ese edificio donde vive encerrada. El hotel de lujo donde interactúa con privilegiados que la hacen añorar algo que está más allá de las sábanas y alfombras que debe acomodar.

Un vestido rojo, un ascenso y estudiar, las promesas de ese sistema de elevadores, dinero, limpieza y órdenes. Su vida es el hotel. No hay más. Y el ofuscamiento que va a generando el trayecto del personaje habla de un trabajo fino en la dramaturgia y el entendimiento del personaje, tanto de la directora como de la actriz, Gabriela Cartol.

Sin embargo, mientras a lo largo de la película, se van soltando pequeños indicios de una posible erupción de carácter en la protagonista, acomodados inteligentemente en los diálogos, como el asunto del signo zodiacal; cuando llega el momento climático, hay un giro que, muy al estilo del cine mexicano contemporáneo, desaprovecha los rasgos potencialmente dramáticos de Eve y la deja en una especie de berrinche que se queda en la nada.

Ok. Seamos justos. La película y mi propio texto habla de Sísifo, una vida de “pieza dramática”, donde se genera un círculo vicioso donde nada cambia y la roca que empujamos nos aplasta. Era obvio que el final de la película respetara este precepto y renunciara a un personaje que accionara rumbo a un giro trágico o más transgresor.

Pero la autora renuncia a potenciar la carga mítica de su relato y esa bella escena del vestido y el helipuerto, que era un remate simbólico de Sísifo, donde el único ascenso que puede obtener el personaje es un éxito falso, una cima falsa, la cima de un edificio del cual nunca va a salir. En su lugar, alarga más la película con escenas de relleno innecesario, un remate que se podría ir completo en una sala de edición.

La puesta en cámara de Avilés se torna interesante, sobre todo para generar una emoción regente, lo apretujado del espacio, la interacción de la cámara entre el reparto, la soledad y explotación del personaje, están bien retratados, pero a la vez, se nota una falta de pericia estilística, sobre todo en un uso más lúdico del lenguaje cinematográfico y de sus encuadres. A veces se puede notar que la cámara está en un lugar desde donde se trata de forzar la visión de la realizadora y no alcanza a funcionar.

Heredera de las tomas fijas y estáticas, tan de moda en México gracias a Michel Franco, Avilés confiere una apuesta más significativa, pero que afinará en sus, espero, futuros trabajos en la dirección cinematográfica. Sobre todo en cuestión del ritmo, hay un fragmento de la película que luce reiterativo en imágenes, esto puede confundirse con cine ilustrativo el cual, a estas alturas, no tiene mucho más que decir.

La Camarista es una efectiva ópera prima que sienta un precedente de una voz novedosa como lo es la de Lila Avilés, aún con todo y su final, este filme logra que nos asomemos a una reflexión en torno a nuestro sistema laboral, a esas vidas desgastadas tratando de alcanzar el lujo al que solo puede tener acceso para limpiar o acomodar. Una película incómoda para aquellos que están acostumbrados a sentarse a ver una película, comer palomitas y fingir que entienden lo que no entienden.

PD. Merece una mención aparte Teresa Sánchez y la interpretación que hace de Minitoy. Un personaje de apariencia simple que recuerda a la sinceridad y complejidad de los personajes de antaño del cine mexicano.

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