Guiones del Cine Mexicano: Cinco rostros de mujer

Por Abraham Jaime Villavicencio

Recordar lo que fue y ya nunca será, acarrea un potente sentimiento de melancolía del que no es fácil zafarse. Someterse y regodearse en ese pesar constituye una actitud intrínseca de la naturaleza humana. Rememorar momentos específicos de la vida cargados de júbilo y plenitud ofrecen una ambivalencia en la que se cruzan emociones de desasosiego y felicidad. Cinco rostros de mujer (1947) indaga en la ola de emociones que azotan contra un hombre mayor al recordar los mejores momentos de su vida de la mano de sus antiguos amores.

La película fue ganadora de un premio Ariel, en el que se le reconoció a Yolanda Vargas Dulché su notable trabajo en el desarrollo del argumento. La historia transcurre con simpleza, pero también con elegancia y naturalidad. Roberto le hace una visita a su pasado con el objetivo de descifrar qué mujer es la remitente de una carta anónima que le llegó invitándolo a reunirse con ella. La exploración personal lo lleva a revivir sus relaciones amorosas de mayor relevancia y al terminar no logra sacar nada en claro. La cita anónima toca a su puerta y se lleva una desconcertante, pero agradable sorpresa al descubrir que se trata de su hija, que nunca conoció, concebida con la mujer con quien sostuvo el lazo afectivo más estrecho y pasional.

La cinta contiene muchos de los elementos clásicos de la época de oro del cine mexicano. No es ninguna casualidad que se trate de uno de sus mayores referentes. Su trabajo con el guion es implacable. Al tratarse de una serie de amoríos con cinco mujeres, se pudiera pensar que la película es inevitablemente repetitiva, pero el ingenio con el que se plantean los diferentes encuentros con cada una de ellas es pensado con tanta originalidad que el aburrimiento deja de ser una posibilidad.

La mente detrás de esta obra es la de Yolanda Vargas Dulché. A pesar de su reconocimiento en la industria fílmica, es mejor recordada por ser la historietista más célebre que el país ha albergado y se le conoce como “La reina de las historietas”. El ceno de su familia era económicamente inestable, por lo que nunca llegó a ir a la universidad. Sin embrago, sus dotes de autodidacta y su inmensurable talento la llevaron a convertirse en una personalidad importante dentro del país.

La palabra “narradora” engloba con creces sus logros profesionales. No sólo escribía exitosas historietas, también era una cuentista talentosa, una dramaturga diestra y una argumentista avezada. Su carrera como escritora empezó en 1941 al publicar breves relatos en el periódico El universal. Fue hasta dos años después, en 1943, que escribió sus primeros argumentos para historietas. En 1945 se concibió su historieta mejor recordada en las memorias del mexicano Memín Pinguín. Sin embargo, no hay que olvidar otras de sus grandes obras como María Isabel, Ladronzuela, Rubí, Gabriel y Gabriela, y El pecado de Oyuki. Después del arrollador éxito de sus tiras cómicas, se convirtió en una de las escritoras mejor aclamadas del país.

También se involucró en una actividad cultural denominada “cuadros radiofónicos” en los que se transmitían obras de teatro por la radio. La solterona fue su primera comedia en ser reproducida por este medio y Celos la segunda. Fue invitada por Gilberto Martínez Solares a escribir el argumento para la película Cinco rostros de mujer y a partir de ese momento las invitaciones se multiplicaron y evolucionaron hasta convertirse en propuestas para llevar los argumentos de sus historietas a la pantalla grande. Todavía con un hambre insaciable por abarcar el mayor número de medios posibles, incursionó en el mundo de la telenovela con la adaptación de su historieta María Isabel y posteriormente adaptó una de sus obras que la televisión, a la fecha, todavía no deja ir: Rubí.

A pesar de sus múltiples aproximaciones a los diferentes medios antes mencionados, siempre regresó al núcleo de su carrera y después de una trayectoria de lo más prolífica, exitosa y popular, falleció a causa de una embolia pulmonar. Sin duda alguna, su legado como escritora, de una vastedad alentadora, es el responsable de inmortalizar su nombre y reafirmar que México también es la cuna de grandes artistas cuya obra se mantiene viva en el acervo nacional.

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