Guiones del Cine Mexicano: El buen mozo

Por Abraham Jaime Villavicencio

La edición de los premios Ariel del año 1948, benefició en gran medida a la película El buen mozo (1947), mayormente conocida como Belami, la historia de un canalla. La película tuvo presencia en múltiples categorías y fue merecedora de más de un galardón para las personas encargadas de su realización. Leopoldo Baeza y Aceves, Tito Davison y Xavier Villaurrutia fueron los talentosos guionistas que ganaron el reconocimiento a mejor guion adaptado, por su trabajo en esta cinta.

La historia es una adaptación de la novela francesa Bel Ami escrita en 1885 por Guy de Maupassant. En ella se cuenta el ascenso al éxito de un hombre desempleado llamado Jorge Dubois, quien por medio de su atractivo físico y facilidad de palabra seduce a Magdalena, una mujer brillante y talentosa, para que escriba artículos periodísticos por él y pueda mantener un trabajo. No conforme con utilizar a Magdalena para forjarse una reputación como periodista consagrado, mantiene relaciones promiscuas con muchas otras mujeres y las engaña a todas. Al final, cual héroe de tragedia griega, todos sus ardides y mentiras cobran factura y el solamente paga el módico precio de su propia vida.

Lo interesante de la película, es que, a pesar de ser una obra mexicana, está ambientada en Francia. Su peculiaridad reside en que transmite una fuerte dosis de “vibras europeas”, pero el estilo de la cinta es a todas luces de factura mexicana.

Además de ser un avezado guionista, Leopoldo Baeza y Aceves también era un ejemplar abogado y un reflexivo filósofo. Su complejo y sobresaliente pensamiento influyó en más de una generación de universitarios. Fue un prestigioso catedrático de derecho penal y filosofía. Entre otros de sus méritos están haber sido parte de la Academia de Profesores de la Facultad de Derecho de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) y socio fundador de la Sociedad Mexicana de Filosofía. Era conocido por ser un responsable académico con gran interés por cultivar las mentes de los jóvenes mexicanos con aspiraciones de marcar la diferencia con sus estudios universitarios.

Resulta improbable pensar que, con tantas responsabilidades académicas, aún le quedara tiempo para ser un guionista altamente capacitado en la época de oro del cine mexicano. La barca de oro (1947), Soy charro de rancho grande (1947) y La hermana impura (1948) son tan sólo unos pocos ejemplos de su resplandeciente trabajo como cineasta nacional.

Xavier Villaurrutia fue un hombre con una preferencia a el arte escrito. Su primer amor fue la poesía y hoy en día es recordado como uno de los grandes poetas mexicanos. Con el motivo de contagiar su amor por la poesía, cofundó las revistas Ulises (1927) y Contemporáneos (1928). También desempeñó un notable trabajo como crítico literario y dramaturgo. Sus grandes dotes artísticas le hicieron merecedor de una beca para estudiar arte dramático en la universidad de Yale.

Autor de numerosas obras de teatro como Juegos peligrosos (1949), La hiedra (1941) y Autos profanos (1943) e indistinguibles guiones cinematográficos tales como La mujer sin cabeza (1944), La mulata de Córdoba (1945) y Que Dios me perdone (1948), Xavier Villaurrutia fue un mexicano con bastas habilidades artística, cuyo nombre ostenta el reconocimiento para escritores mexicanos otorgado por la Sociedad Alfonsina Internacional (SAI) y el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes.

Entre lo más destacado de la filmografía de Óscar Herman Davison, mejor conocido como Tito Davison, se encuentran Que Dios me perdone (1948), El baño de Afrodita (1949), Un cuerpo de mujer (1949) y Negro es mi color (1951).

De nacionalidad chilena, fue un técnico, actor, adaptador, guionista, ayudante de dirección y director de cine. Su debut en la industria fílmica lo hizo en el año 1927 en Estados Unidos, un país alejado de su lugar de origen. Con la película Murió el sargento Laprida (1937), debutó como director en Argentina.

A pesar de su constante ir y venir de diferentes países, fue en México donde concibió el grueso de su obra y forjó una de las carreras más prolíficas del cine de oro mexicano. Se consagró como un cineasta clave en la industria nacional y, con su talento para la comedia y el melodrama, ayudó a establecer el estilo pasional mexicano en los filmes de la época.

Todos ellos nombres que merecen ser conocidos por los artistas en ciernes de México. Sus logros en la escena mexicana deben ser vistos como un recordatorio constante de que hubo una época en la que el arte era una profesión redituable en el país y como acuciante para no abandonar la lucha por hacer del arte un orgullo nacional.

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