Roma y las opciones femeninas

Por Gustavo Ambrosio.

La mamá de una de mis mejores amigas, la señora Isa Cortés, habla mixteco y es originaria de la misma zona donde creció Yalitza Aparicio, protagonista de Roma(2018)de Alfonso Cuarón. Al igual que miles de mujeres, la señora salió de su casa muy joven a trabajar a la capital en un país que pugnaba por su modernidad en copia al vecino del norte.

Trabajó en la labor doméstica en una casa donde si bien no se le trataba mal le pagaban tres pesos al mes (literal), además de que tuvo que enfrentarse a la discriminación en la urbe al grado de que decidió dejar de hablar su idioma por un tiempo. Comparada con su historia, la vida ficcional de Cleo es una fortuna.  Y ella misma lo dice.

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El personaje es muy light para la época en que se supone que vive. En esa época había una discriminación muy fuerte y violenta de parte de los patrones hacia sus trabajadoras domésticas. La mayoría de las jóvenes llegaban a la ciudad sin hablar español y el trato era difícil. Nos veían como las indias, no podíamos usar nuestra ropa típica o huaraches porque así nos iba. De hecho, la joven de la película se viste mejor de cómo vestían en esa época. Mi madre trabajó en varias casas también cuando vino a la ciudad y cuenta que el trato era, si no de maltrato, al menos sí de explotación. En la película, por ejemplo, jamás ponen cuánto ganaba Cleo y creo que o le faltó investigación o se le olvidó ponerlo”.

En una escena de la película hay un momento donde el personaje principal lava ropa en la azotea y al fondo podemos ver una variedad de mujeres que se dedican a lo mismo que ella. No sabemos cuál de esas muchachas tuvo una suerte mejor que la otra. Pareciera un oasis del maltrato que seguramente vivieron la mayoría de ellas en esas casas. 

La señora Cortés cuenta que conoció a una chica que se embarazó en aquel tiempo, y si bien no fue corrida por sus patrones, esto no disminuyó la carga del trabajo que no era poca. Agrega que en realidad la “chica de la película tuvo suerte” porque lo común era que si se embarazaban terminaban las chicas terminaban en la calle. 

“Supongo que está retratando sólo lo que él vio, pero eso no quiere decir que todas las historias fueran iguales, siento que debió poner algo más de realismo si de verdad quería hacerlo más sensible. No digo que no sea honesto, sólo que está contando la historia de alguien más desde sus ojos”.

En ese sentido, Roma está hecha de lo que el director tiene a la mano para hablar de un tema: las oportunidades para las mujeres en nuestra cultura. 

Ser ama de casa o madre, en un país dominado por hombres, es la cúspide de los valores femeninos. Sigue siendo así, aún en las ciudades. Peor aún en las provincias. Y esas opciones tan acotadas son las mismas que tuvieron tanto la mamá de mi amiga como las protagonistas de la casi autobiografía de Cuarón.

La mujer que limpia…

Empecemos a hablar del tema de la labor doméstica. En el tratamiento de su relación interpersonal de personajes, la representante de México en los Oscar se parece más a The help (Tate Taylor, 2011) que a su símil latinoamericana La nana (Sebastián Silva, 2009). En la primera, vemos relaciones de poder de mujeres, patronas y trabajadoras, que están sometidas a un mundo masculino y que, dentro de sus propias limitaciones, incluyendo un entorno racista, se entienden, se acompañan o se vejan. 

Por su lado, la cinta chilena deja bien marcadas las diferencias de clase de una mujer que es “considerada de la familia” pero que es tratada con una ingenuidad violenta por parte de sus patrones. Es desplazada, es casi un elemento de compañía funcional que sólo encuentra liberación a través de una joven similar a ella.

El retrato de la “servidumbre” en Roma sale de un hombrede clase media alta que está consciente de sus propios privilegios, que los conoce y que en el fondo le incomodan. La película, hecha de retazos de la memoria, pareciera un intento por volver al pasado para entender por qué no lo advirtió antes. 

La pulsión clasista de Cuarón se funde en su intento por reconocerse y reconocer a toda una sociedad en la historia de Cleo y una familia de clase media desintegrada. No demuestra, sólo muestra. 

Por supuesto, hay un distanciamiento en cuanto a situaciones que evidentemente él no conoce de primera mano y se nota. Diálogos forzados en ciertos momentos, escenas poco verosímiles o exageraciones. Sin embargo, jamás trata de hacer los acercamientos hipócritas o falseados de los cineastas militantes mexicanos que denuncian socialmente sin haberse parado nunca en los barrios que supuestamente defienden. 

Por ahí leí que Roma era una “apología de la servidumbre” porque el personaje es pasivo a todo lo que le ocurre. En ese sentido, tendríamos que empezar a revisar películas que tratan de reventar este modelo cultural tal como lo hizo en su momento Gosford Park (Robert Altman, 2001).

En ella,la hipocresía y la violencia de la lucha de clases se eleva hasta un asesinato que resulta ser una suerte de golpe de efecto dramático que encumbra y ajusticia a las clases (literal) de abajo. 

Algo similar ocurre en Workers (José Luis Valle, 2013),donde el clasismo de las ciudades del norte del país llega al grado de igualar el trato hacia una mascota con el que se le da a la gente de servicio. En este filme, el sometimiento absurdo se paga con una radicalización de los “workers”, quienes conquistan lo que creen que les pertenece para gozar del estilo de vida en el que siempre han estado, pero nunca han vivido.

¿Cuál es la diferencia de la película de Cuarón con estas? En que la visión busca más el realismo simbólico que el género dramático. Cleo, más que un personaje es una imagen y es esa imagen misma la que causa incomodidad a muchos que se golpean el pecho en pos de la corrección política.

En su indignación y doble discurso  contra el servilismo, consideran inmoral y degradante que alguien se dedique a labores domésticas; es decir, no atacan al abuso de autoridad, a la esclavitud, la explotación o los acosos laborales que se dan en todas las áreas productivas actuales, si no a esa figura de la mujer que trabaja en una casa limpiando como si eso fuera algo despectivo o “bajo”. Hoy en día, hay muchas mujeres dedicadas a la labor doméstica que defienden mejor sus derechos que aquellos que trabajamos “dignamente” en una oficina bajo un régimen de honorarios y horas extras sin pagar.

El clasismo correctivo no va hacia los males primordiales, sino a las imágenes estereotípicas que se mueven en la cabeza de quienes se niegan a aceptar su propio clasismo. Les pregunto yo, ¿si limpias casas y al mismo tiempo te llevas bien con la familia para la que laboras, es denigrarse? Me parece que la respuesta no es tan absoluta. 

Hablan de romantizar la servidumbre, cuando hay partes donde se pone sobre la mesa la laboriosidad, injusticia y hasta cierto desdén con el que se trata a la chica que lleva las tareas cotidianas de esa casa clasemediera. De hecho, hay una progresión dramática en cuanto a los tratos entre la patrona y su trabajadora, cuando se dan cuenta que son víctimas de un mismo sistema.

Creo que el filme apela a una emoción de conciliación entre sectores divididos de la población. Enmarcar la historia en los años 70 es una forma de mostrarnos el momento de quiebre de una ciudadanía crédula en cuanto al “desarrollo” (aún es crédula), la década que vio el milagro mexicano desaparecer. La escena de la playa enlaza a los miembros de una sociedad destrozados por un estado paternalista y totalitario manejado por una élite que no reconoce como iguales a aquellos que no son blancos ni rebosan de dinero. 

Sin embargo, si somos justos, la película ganadora del León de Oro es, como dice la señora Cortés, muuuuuy “light” , sobre todo para un país donde recientemente una familia “amable y respetable” encadenó a una joven en una planchaduría, donde miles de mujeres en aquella época sufrieron maltratos por ¡limpiar! ¡Por ayudar!

Los anhelos de “un tiempo perdido” que hacen algunos comentaristas y críticos reflejan esa misma laxitud a la hora de alabar la película y pasan por alto el esqueleto crítico principal de Cuarón que se sostiene en símbolos.

La mujer que tiene un hijo…

Rosa y Esthela ayudaron a mi abuelita durante mucho tiempo. Vivían en su casa, comían con nosotros, viajaban con nosotros y, además, nuestras amigas de la infancia. Ambas, en algún punto, decidieron, de acuerdo a lo que la sociedad mexicana indica que es opción para ellas, casarse.Ambas se fueron con los hombres que posteriormente las abandonaron con sus respectivos hijos y al final siguieron trabajando.

¿Se le puede llamar un error a la maternidad de las mujeres cuando el bombardeo constante idiosincrático es que es lo máximo a que pueden aspirar? La respuesta me parece negativa. 

En ese sentido, rescato una pregunta que hace uno de los personajes de Shoplifters (HirokazuKoreeda, 2018) y que se conecta con Roma: ¿tener un hijo te hace automáticamente una madre?

Cuando un hijo es algo obligatorio para alguien las conexiones emocionales se diluyen y la culpa por no quererlo se transforma en odio. La película de Koreeda nos demuestra que es así y que la sociedad actual sólo acepta maternidades que tengan la capacidad de “crianza”. No importa si los padres golpean o insultan a una niña de cinco años, si tienen un departamento y un trabajo estable, es preferible a que estén con una madre adoptiva que lava ropa ajena y vive en una casa apenas de pie. La maternidad también es un asunto de clase.

En la película de Cuarón, Cleo se transforma en un símbolo de la cuestión social mexicana contemporánea sin mostrar lo que pasa hoy. La maternidad como una humillación y una desventaja para cierto sector social. Cleo tiene una gran conexión con los niños que cuida, pero no se considera digna ni apta para tener uno. Explota ahí una bomba de prejuicios en torno al deber máximo de la mujer mexicana: la maternidad, siempre y cuando no sea de un pueblo originario o viva en condiciones de pobreza. Es una de las opciones, pero no debe ser la opción, sin embargo, si llega, debes aguantarlo… ¿Por qué deberían aguantarlo?

La descomposición social de nuestro país deriva de generaciones y generaciones nacidas y criadas bajo un disimulado rencor materno hacia sus hijos. Alimentada por el machismo bobalicón y pusilánime, la idea de la maternidad obligada ha engendrado un odio que será difícil de erradicar y ahí está la secuencia de los halcones persiguiendo a sus pares para entenderlo; ayer fueron ellos, hoy hay ejemplos para aventar al aire.

Roma es una alegoría melodramática hecha desde el remordimiento por el privilegio; parecida en la forma a Amarcord (Federico Fellini, 1973), distinta en que la mirada pasada hace ecos en el presente en torno a un sistema lleno de contradicciones, manejado por un machismo encumbrado hasta los rincones más plausibles. En la película de Cuarón, y aún en nuestra realidad “orgullosamente mexicana”, ninguna mujer está exenta de sometimiento.

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