El pragmatismo que corrompe al talento

Por Gustavo Ambrosio.

Tenemos que pagar las cuentas. Para hacerlo debemos trabajar por lo menos ocho horas diarias. Además, hay que cubrir todas las necesidades que supone una vida “decente” dentro de los estándares occidentales. Privilegios incluidos. No es una crítica, es una realidad.

Cuando un niño o joven se atreve a expresar un talento poco natural en torno a la creación escrita, no falta el rostro endurecido, la ceja levantada o la sonrisa condescendiente de padres y maestros. Y es que de escribir casi nunca se vive. Eso no es novedad. Basta con leer los textos introductorios de la segunda parte del Quijote para darnos cuenta que la sociedad aplaude al poeta pero las letras no llenan el hueco en el estómago.

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Muchos escritores están conscientes de ello. Por ello, algunos usan sus talentos para reciclar fórmulas vendibles o como armas retóricas vendidas al mejor postor político; se aventuran en la publicidad, el periodismo de opinión, las clases, los talleres y charlas. En el peor de los casos se vuelven “influencers” y aprovechan su amplia gama de contactos para que sus libros sean publicados o hacerse acreedores a un premio o beca. También se da que el escritor por su propio talento puede obtener todo.

Pero ¿qué ocurre cuando el talento es completamente nulo? Hay algunos que recurren al ejercicio del plagio.

En The Wife (Björn Runge, 2017) un escritor ampliamente reconocido en Estados Unidos gana el Nobel de Literatura, todo ello, a costa de aprovecharse emocional y psicológicamente de su esposa, la verdadera escritora detrás del hombre, que por cierto interpreta magistralmente Glenn Close.

El plagio en esta película se presenta como una acción consensuada, enfermiza y subordinada a las posibilidades sistémicas de un mundo donde las mujeres siguen sin ser valoradas equitativamente en el mundo “progresista” literario. No sólo eso, desenmascara esa serie de aplausos y regodeos estilísticos que se efectúa muchas veces entre escritores: el pragmatismo paradójico que conlleva “vivir” de escribir.

La meta de Joe Castleman (Jonathan Pryce) no es la literatura en sí misma, si no el premio, la fama y el poder que esta le confiere. Es la literatura pervertida por el modelo violento de hacer arte que pueda retribuirme a mí como individuo y no a la humanidad. El contador de historias se cuenta la historia a sí mismo, se miente, y cree lo que le que cuenta a los otros, no sin pasar por encima de sus “seres queridos”.

El éxito y la fama son metas que desde antaño se configuran entre las más deseadas de nuestra sociedad, por el orgullo y la libertad que eso puede conferir. Sin embargo, los sistemas éticos y morales de siglos pasados muchas veces encontraban obstáculos creadores de dilemas en torno a las decisiones que pudiera tomar un artista para sí mismo y para su relación con el entorno.

Hoy, la cultura pragmática ha infectado los valores de la creación artística en cuanto a expresión y su forma de comunicación con los otros. No se vive para escribir, se escribe para vivir. Y no vivir en el mejor término de la palabra. Vivir en cuanto a lo que el sistema confiere como un modelo de poder y felicidad que puede incluir, en el mejor de los casos, un premio Nobel.

La frustración que engendra desesperación, a veces odio, enojo y depresión, por no poseer la virtud que quisiéramos, muchas veces impulsa actos de pillaje creativo. Pero, el ladrón, en su carácter de conocedor y reconocedor, puede de pronto convertirse en el único salvador de una joya que, si permanece donde está, puede perderse para siempre.

The kindergarten teacher (Sara Colangelo, 2018) nos da cuenta de una maestra de preescolar (impresionante Maggie Gyllenhaal) frustrada por no poseer talento para la poesía. En su rutina y su convivencia común con la familia, no encuentra algo que la impulse a escribir, por mucho que se esfuerce; pero, un día, uno de sus alumnos demuestra un inusual talento para hacer poemas.

En este remake de una cinta israelí del 2014, la frustración lleva a la depredación del otro, pero no de la persona en sí misma, sino de su arte.  La poca autoestima en un mundo sin sentido brilla en un círculo pequeño, pero satisfactorio, aún cuando la escritura no sea propia.

El choque de Lisa, la protagonista, es enfrentarse a una realidad cruda, no tiene talento y jamás lo tendrá. Vive en un mundo preocupado por los gadgets, los autos, las casas, la ropa, el dinero, la diversión, lo visual. Una realidad donde las metas son conseguir los medios para obtener necesidades evanescentes. Su ego debilitado y hambriento en la intrascendencia de su vida, se alimenta de un pequeño que ni siquiera está consciente de su don.

Sin embargo, a diferencia del escritor laureado de The Wife, aquí, la maestra hace una parada introspectiva, mira a su alrededor y se da cuenta que su opción vampírica la hace peor que los que la rodean. La hace más pragmática que su hijo que piensa en ingresar a la Marina para pagarse un año de universidad.  

En esta película observamos el cambio de una mujer que, derrotada, se obsesiona con salvar un talento en peligro de extinción, cueste lo que cueste. Piensa que ese pequeño, cuyo padre tiene un bar exitoso, perderá toda capacidad creativa si se rodea de estímulos frívolos e ideas de que el arte es un hobby.

Cree que lo sabe, porque lo ha vivido en carne propia. Al actuar, transgrede las normas del sistema, en su paladinaje en pos de la escritura olvida que el genio que compara con Mozart es sólo un niño que le gusta nadar y jugar beisbol. Y también no cae en la cuenta de que a veces el escritor no necesita una vida rodeada de libros, pinturas y música clásica, como pragmáticamente es la meta de muchos, sino que el escritor debe rodearse de vida y debe cultivar su capacidad de escuchar, observar y sentir. 

Su ignorancia la lleva al abismo.

Más allá de la frustración por la dificultad de ejercer la escritura, el plagio como acto desesperado ante el vacío de talento y la situación de nuestro ego, como escritores tendríamos que reflexionar acerca de hacia dónde apuntamos nuestra capacidad creadora y qué está pasando con los talentos que muchas veces quedan eclipsados en una sociedad pragmática.

¿A qué le apuesta el escritor de estas generaciones? ¿A algo que le permita seguir escribiendo o que lo catapulte a las portadas de revistas de sociales? ¿El escritor de hoy tendría la capacidad de vomitar su ego y luchar con locura por rescatar el talento de otro? ¿El escritor de hoy desea la foto o el lector que al verlo le agradezca por lo escrito? ¿Es el talento sólo un pacto de apreciación o existe realmente?

No sé, esas dos películas ayudan a reflexionar sobre ello.

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