¿Estamos abordando bien el “narco” en el cine mexicano?

Por Gustavo Ambrosio. 

Las tragedias de una nación no paran si no hay una pausa que ayude a la reflexión de la situación. La sangre seguirá corriendo mientras las balas retumben en las calles y nosotros sigamos embotados en contemplar la barbarie desde una pequeña pantalla de celular, horrorizados o hasta fascinados por la cantidad de sangre. Sólo hay indignación o admiración. Punto.

Dentro de la cinta animada Breadwinner (Nora Twomey, 2017), que aborda las vejaciones bélicas a Afganistán, se narra la historia de un joven que va a luchar contra el rey elefante que ha violentado a su pueblo y para ello necesita tres cosas: un espejo, una red y una verdad. Algo que refleje, algo para asir y algo para calmar, que más bien sería, algo para entender. 

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Las historias han originado nuestras culturas, las enriquecen o las critican. De esa reflexión, de un conflicto aparentemente distante, aparece una película colombiana llamada Pájaros de verano (Cristina Gallego y Ciro Guerra, 2018).

Un canto contemporáneo con una carga épica que nos recuerda a las más poderosas tragedias griegas o isabelinas. Una muestra del derrumbe de una cultura en pos de la codicia. La disección dramática que logran María Camila Arias y Jacques Toulemonde Vidal cumple la finalidad de un canto dramático – épico en un medio que se ha alejado de “convenciones” para generar otras que, fallidamente, han tratado de romper las fórmulas explotadas por Hollywood; es decir, logra reflejar, asir y colocar en cinco cantos (actos) todos los puntos de un problema que ha desangrado a nuestros países en los últimos cuarenta años: el narcotráfico.

Luego entonces, pensemos en las películas más destacadas que se han hecho sobre narcotráfico en nuestro país. La mayoría de ellas tienen dos características que las diferencian del tratamiento que plantea la producción colombiana. Tomemos como ejemplos Heli (Amat Escalante, 2013), Miss Bala (Gerardo Naranjo, 2011) y 600 millas (Gabriel Ripstein, 2015).

Estas tres películas se igualan en su tratamiento “hiperrealista” de la violencia mexicana y su fuerte influencia de los medios de comunicación en cuanto a la transformación de universos. Por tanto, las películas se quedan en reflejar, pero no en entender lo que está ocurriendo.

El estridentismo del cine mexicano que aborda el narcotráfico y sus consecuencias se construye a partir de una interpretación muy alejada (y a la vez muy cercana) de los hechos que quieren poner en perspectiva. La influencia de reportajes, notas, fotos, artículos y videos golpean la creatividad de los creadores dando como resultado un enfoque que nos preocupa y al mismo tiempo se queda corto con lo que pasa afuera de la sala del cine y en el recuadro capturado por la cámara. Se vuelve víctima de la normalización de la violencia auspiciada por el bombradeo informativo de las redes sociales.

Quizá El infierno (Luis Estrada, 2010) anote un entendimiento del problema del narcotráfico en nuestro país desde la sátira (una vez más el género como modelo esclarecedor) con personajes entrañables y situaciones que engloban lo cotidiano, pero se parece a las otras películas en tanto se basa en el imaginario colectivo que venden los medios nacionales, pero ¿de verdad es así?

Salvo los documentales mexicanos, la ficción nacional en cine no ha logrado lo que ya pudieron los colombianos: poner distancia y entender. 

La ventaja del problema colombiano, si es que se le puede llamar así, es que, tal vez, lo que ellos vivieron se encuentra más lejano o atenuado, lo abordan desde una historia que pueda ayudarles a entender cómo es que llegaron a donde llegaron.

En México seguimos con el problema, de hecho, mucho más intenso, se habla de la violencia por la violencia, no sólo por el mercado. Un tejido social completamente roto. Una sociedad que no alcanza a entenderse y que sigue fomentando la sangre sin darse cuenta. Cegados por el presente.

Me pregunto si tocar el narcotráfico desde sus puntos realistas para fomentar la “indignación” debe ser la vía a seguir por parte de los creadores mexicanos. Valdría la pena que voltearan a los géneros cinematográficos y dramáticos para encontrar algo que nos refleje, nos haga aferrarnos y entender a fuerza de verdades cómo es que seguimos en el atolladero. Más dramaturgia, menos sensacionalismo. Es un tema que merece más trabajo emocional e intelectual que la mera estilización visual.

Necesitamos un cine que no le siga el juego a la elitización de los públicos, que ponga las cartas sobre la mesa y aproveche su proyección. El narcotráfico debe ser abordado desde una distancia que nos evoque un conocimiento de dónde estamos parados. Aunque, debo admitir, ante la degradación tan profunda a la que hemos llegado como nación puede que cinco cantos como los de Pájaros de verano o una fábula como la de Breadwinner serían insuficientes para comprenderlo todo.

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